24 de enero de 2009

Edición Nº 23

Se apagan las luces del estadio de calle Thompson



Cerró Barracas, al menos como cancha de futbol 5... hoy ya están poniendo parquet para hacer una cancha de básquet. Ni el más apocalíptico de los escritores de ciencia ficción, ni el más pesimista de los filósofos o de los sociólogos hubiera pensado jamás que un día como este llegaría para la humanidad. La bruma gris se expande por toda la ciudad, el estadio se desploma, y con el quedan entre los escombros algunos restos de gambetas, algún que otro gol perdido, algún pase, alguna atajada... “el futuro llegó… hace rato” –nos decía El Indio Solari, sabiendo próximos a los males todos- y parece que sí… hoy tanteamos el espacio en esta oscuridad en la que no se ve luz alguna que haga al menos imaginar una salida al final del túnel.

El planeta parece haber perdido su órbita, se lo ve como una piedra arrojada al infinito sin fuerza que le haga frente, en deslizamiento perpetuo por la infinidad del oscuro y silencioso espacio sideral. Como dijera alguna vez Gustavo Cerati: “Me arrojaste a la inercia”. Las calles desiertas parecen mantenerse en su calor infernal, rasgadas, privadas de toda voz humana… pocos han quedado tras la última catástrofe, son ellos los que se protegen y ya no salen de sus casas para evitar la exposición ante el desbordado agujero de ozono.

¿Acaso es esta la lógica consecuencia de la, por Nietzsche proclamada, muerte de Dios? ¿Es este el prólogo de un final anunciado que nadie quiso escuchar? Para algunos es parte de lo que han sabido llamar “El ocaso del rock”, parece que el tiempo se ha tragado también al futbol en esta oportunidad.

Y el porvenir… quien pudiera acaso imaginarlo… por lo pronto se supone que nuestros ojos comenzaran a acostumbrarse a la falta de luz, quizá en el insoportable tedio de este espacio vacío, y quizá en este tiempo que ya es post histórico… y salvaje.

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